martes, 16 de noviembre de 2010

III LA CAMPANA (algunos de sus cuentos cortos)


III

La Campana
(Cuentos Cortos)

Decisión.

  Miró a su madre sentada en el viejo sillón de mimbre. Tejía. Ahora que el amor golpeaba a su puerta no sabía si tenía derecho de darle cabida. Nunca creyó que otra vez esto pudiera sucederle porque pasados tantos años ya se había despedido de aquellas delicias. Sin embargo ahí estaba y con mucha fuerza pugnaba por entrar en su vida.
  Volvió a mirar a su madre. Su piel llena de arrugas, delgada y suave, olía a rosas, a fragancias de su niñez. Sus manos habilidosas aún daban útiles regalos por doquier. Su pensamiento sabio estaba atento a todos sus movimientos. - ¿Podré dejarte, madrecita, por este, mi gran amor? – Se preguntaba aquel hombre enamorado.
  Ella, ensimismada en recuerdos de amores lejanos, solo anhelaba que su hijo hallara en la madurez, una mujer perfecta, llena de belleza sobretodo dentro del corazón, y con unos brazos capaces de albergar tanta maravilla. - ¿Te animarás a dejarme para yo poder al final, vivir con libertad los últimos años de vida que me quedan? - Se decía aquella santa madre mientras su hijo la miraba sin poder tomar una decisión.
  Cuando él se fue, ella se sintió inmensamente feliz ya que ahora podía irse en paz.

Gotas de vida

  Puse en mi boca la última barrita de chocolate que encontré en la cartera.
- Es la última – me dije mientras la colocaba bien pegada al paladar para comenzar a acariciarla muy sutilmente con mi lengua. Era la última porción. Dulce, suave, cremoso chocolate dentro de mi boca. Me hablaba de sensaciones, de placer, del delicioso sabor de lo bueno. Fui degustándolo lentamente. Raspando con delicadez con mis encías, carrillos y papilas gustativas, cada miligramo de aquel postre.
 – Que no se acabe – me decía al tiempo que arrollaba en un bollito el papel dorado, no sin antes leer:   “Gusto capuchino”. – Es el primero que me regaló – pensé – pero no el que más me gustó…ese fue el de limón –
  Miré de nuevo y lo arrojé por una alcantarilla. Rodó y cayó en el vació hasta desaparecer de mi vista.
- Ya está, se fue, este es el final – repetí tragando la última gota de vida por mi garganta casi seca.
  Mis ojos miraban la nada y mis pensamientos divagaban hacia aquellas otras tantas veces en que tuve que despedirme de algo…o alguien.
  Y ya comenzaba a caminar alejándome de mi casa, cuando de pronto lo recordé: - Me queda otro trozo en el cajón del comedor, entre los manteles finos. Es el de chocolate amargo con cascarita de naranja. Sí, ahora lo recuerdo, lo guardé ahí porque fue el más sabroso de aquellos regalos – Pensaba para mis adentros.
  Desanduve apresuradamente el camino, subí por el ascensor, abrí la puerta del departamento y, como loca, busqué la tableta en el fondo del cajón. Ahí estaba: “Chocolate Suchard con ralladura de cáscara de naranja”. Tuve el impulso de comer pero no, me senté en el sillón y me largué a reír a carcajadas. ¡Qué bueno! Lo dejaría guardado, esperando a que él se me tornara indispensable y mi boca, lo deseara de nuevo.

Casi una “sueca” en Europa.

  Esa tarde me había decidido a reconquistar a mi marido de una vez por todas. Hacía tiempo que estaba coqueteando con la directora del coro al que concurría una vez por semana, desde hacía varios meses. Cuando me enteré de que era inminente su viaje a Europa para cantar en el Vaticano y en un encuentro de coros en Zaragoza, me sentí muy feliz porque supe que eso era lo que estaba necesitando mi pareja. Un cambio de aire nos haría bien… Pero muy grande fue mi sorpresa al comprobar que yo no estaba invitada al “Tour de Encuentro Coral”. Mi amado puso excusas, diciendo que no había dinero para viajar los dos.
  Sin pérdida de tiempo me apresuré a sacar un crédito para poder acompañarlo y me decidí a hacer un cambio de “look” en mi persona, como parte del plan para hacer que él se enamorara de nuevo de mí. Fui a la peluquería y le dije a mi peluquera – Quiero ser una “sueca”, rubia, sensual y decididamente muy atractiva. Quedé muy bien con mi cabello lacio, casi platinado y mis lindas facciones realzadas por un suave maquillaje juvenil.
 Y así me embarqué, resuelta a todo. Pero cuando estábamos ya en España pude comprobar, muy a pesar mío que Juan ni me miraba, solo tenía ojos para la joven directora, que los llamaba a todos a ensayar a las horas más extrañas.
  Primero lloré amargamente en mi cuarto de hotel pero luego, y al ver que a mi esposo no se le movía ni un pelo, me decidí a usar toda mi inteligencia para revertir la situación.
  También había viajado con nosotros el supuesto novio de la directorcita, quien se notaba muy dejado de lado por ella. Un joven muy apuesto y con grandes dotes de cantante. Había llevado su guitarra y cantaba tiernamente canciones folclóricas de nuestro país en los pasillos y lugares de reunión. Me acerqué a él, ya que mis virtudes como cantante y mi conocimiento del cancionero popular argentino, no son nada desechables.
  Enseguida nos sentimos bastante atraídos uno hacia el otro, como sabiendo que éramos parte del mismo drama de abandono. ¡Y claro que lo éramos!
  Realmente construimos una linda amistad ya que aprovechamos la ausencia de nuestras respectivas parejas, que siempre salían en grupos separados a nosotros, para charlar, cantar y contarnos las penas.
  Nunca olvidaré a Ricardo, ese joven buen mozo con quien urdimos un plan nunca expresado verbalmente, de despertar celos en nuestras parejas. Aunque más allá de eso la pasábamos muy bien juntos.
  Pronto empezó mi Juan a sentir mi ausencia, ya que siempre que él regresaba de sus pequeñas excursiones, yo no estaba ahí esperándolo, sino que me encontraba cantando con mi nuevo amigo o paseando y sacando fotos con otro grupo de gente que habíamos conocido.
-         ¿Dónde está Ana? ¿Por qué nunca la veo últimamente? -  Decía muy afligido mi esposo. Para luego buscarme por todo el hotel, quedándose muy enojado por mi desaparición repentina.
-         ¡Hola cariño! Tuve un día hermoso, lleno de aventuras y donde pude conocer a gente muy interesante – Le decía yo muy feliz cuando volvía cansada por la noche. Porque él comenzó a esperarme a que yo volviera, muy enojado.
-         ¿Estás enojado mi amor? Pero si solo fuimos a una pequeña excursión. Saqué muchas fotos. ¿Te cuento de nuestro viaje a la aldea de Borja? Conocí a un verdadero Conde, te aseguro que nunca creí que aún existían…
  Pero mi esposo no parecía estar muy contento con todas mis experiencias…y comenzó a preguntarse el por qué él no estaba conmigo, para compartirlas. Su cara de celos comenzó a delatar sus verdaderos sentimientos y ya dejó de mirar a Marisa, para poner en mí toda su atención. Pero yo lo estaba pasando muy bien sin él y no estaba dispuesta a cambiar el mundo de alegría y diversión que me había forjado.
-         ¡Donde van? ¿Va Ricardo con vos?
-         Vamos a la plaza y a visitar la Pilarica, la gran catedral…¿vos dónde vas? ¿Siguen ensayando? – Le dije como al pasar.
-         Si, seguimos ensayando – Dijo haciéndose el indiferente.
  Y los días pasaban sin poder tener con mi marido ni un momento a solas. Mi amor estaba jaqueado por las circunstancias y ya veía yo que todo se venía abajo. Pero no estaba dispuesta a ceder, no pensaba llorar ni una lágrima más y no lo perseguiría ni lo controlaría ya jamás. Debía ser él quien diera el brazo a torcer.
  Enfrascada en estos pensamientos me di cuenta de que pronto saldríamos, todo el grupo, para Borja, a recibir del Alcalde del pueblo una distinción para el coro. Yo no quería ir pero Juan insistió.
  Cuán grande fue mi sorpresa cuando al encontrarnos en el recinto de la Alcaldía de Borja, el Alcalde era aquel Conde que yo había conocido en un bar durante una de mis incursiones por las aldeas de España.
-         Y ahora quiero llamar al escenario a una dama muy hermosa que  he conocido hace unos días, la Señora Ana María. Pertenece a este grupo y no recuerdo su apellido...- Se quedó el noble parado, buscando mi rostro con su mirada.
-           Al oír mi nombre me paré automáticamente y mis piernas me llevaron hacia el escenario donde se entregaban los premios. El Gran Conde de Borja, Alcalde de ese pueblito, me tomó la mano y la besó con sutileza entregándome un ejemplar del libro de la Historia de Borja, que aún conservo.
  No puedo explicar cómo se transformó la fisonomía de mi marido al ver semejante escena. Se paró de un salto y salió rápidamente del lugar.
  Seguidamente y ya en el hotel, me anunció que nos separaríamos del grupo, para continuar nuestro viaje, solos.
-         Mi amor, mirá, acá tengo el itinerario del viaje que realizaremos por Italia. Luego de cantar en el Vaticano junto con el coro. Nos iremos los dos solos a conocer Roma, Venecia, Pizza y Florencia. ¿Estás contenta? ¿Querés que nos vayamos los dos solitos? – Dijo tomándome de las manos y besándome tiernamente en los labios. El primer beso después de mucho tiempo…
-         Sí, cariño, claro que estoy feliz, te amo y esto es lo que quise desde siempre, tener un viaje romántico para los dos – Lo abracé con pasión y miré al espejo para ver la hermosa pareja que hacíamos.
  Esta es la historia de mi viaje a Europa, un viaje de amor, de celos y de confusión. Una verdadera anécdota de viajeros.

Los cuentos de Virginia


(Tres relatos y una advertencia: Los personajes de estos cuentos son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es solo pura coincidencia)

I: Verano porteño

  Ocho y media de la noche…se acercó al reloj y pudo comprobar lo que ya el reflejo de las ventanas le estaba anunciando: se estaba haciendo tarde.
  Había dado vueltas por todo el departamento y claro, cada vez que lo hacía pensaba: “está hecho un chiche”. Pero para qué le servía si nadie venía nunca a visitarla…
  En fin, su vida se había tornado en algo muy aburrido y hasta casi decadente. Pero gracias al nuevo “batido vivificador de vitaminas y minerales” que estaba tomando, se sentía muy bien, nada deprimida y con ganas de afrontar nuevos desafíos…Mañana comenzaría a concurrir a un gimnasio cercano en el que pensaba estar por lo menos una hora y media, luego regresaría muy rápido a tomar sol en la terraza y finalmente, casi a medio día, bajaría a ducharse y arreglarse. Mañana también era el día en que sus hijos viajarían a la playa con amigos y noviecitas a pasar un mes y trabajar (fabricar y vender) sus artesanías. Sinceramente, esperaba poder arreglárselas bien en su soledad porteña. ¡Pero era necesario pensar en algo importante para hacer ese verano! Por supuesto que la búsqueda de trabajo debía continuar “sin prisa pero sin pausa”, como la vez anterior, que había conseguido ingresar a esa gran empresa. Y ahora, seguramente lo lograría de nuevo…siempre que se ocupara de ponerse hecha una diosa, una “super-lady” que a nadie pudiera dejar de gustar ni de atraer…- Todo es cuestión de proponérselo para lograrlo- Pensaba Virginia Rabolini, una profesora de Letras y escritora, perdida en el barrio de San Telmo en el Buenos Aires de comienzos del año 2008.
  Empezó a contactar hombres por Internet - Alguno habrá que sea ideal para mí… Si tan sólo apareciera un amor en mi vida…todo cambiaría… – Se decía Virginia, preparándose para iniciar la selección de un varón a quien poder darle todo ese cariño que tenía aprisionado en su interior. - Quizá si son mayores, aún no estén contaminados con esta costumbre de ver a la mujer como un objeto. Los hombres de cincuenta o más son de otra época en la que había otros valores… – Cavilaba ella, que se consideraba “pasada de moda, hecha a la antigua” y no se sentía mal por eso.
  Pero cuando esa tarde entró en el bar de San Telmo justo al frente del Parque Lezama y lo vio, comprendió sencillamente, que todavía quedaban hombres maduros y “churros” en la ciudad, sólo que no eran para ella. Un ser totalmente pagado de sí mismo, que hablaba sin parar sobre él y que no sabía escuchar. Al cabo de un rato Virginia ya no entendió nada de lo que decían sus labios sino que los veía moverse sin saber qué significaban sus palabras. Quedaron en llamarse pero eso nunca sucedió; ella simplemente le escribió un poema para dar por terminada la corta relación. Se esforzaba por recordar su nombre pero no lo lograba, no podía saber cómo se llamaba esa persona tan poco especial que había conocido en el Café Hipopótamo y tampoco pudo recordar jamás a nadie de los que le sucedieron durante  ese verano…Pero sí podía rememorar su tan remanido y repetido discurso: “… yo quiero que todo sea un cincuenta y un cincuenta, que las cosas se hagan siempre mitad y mitad. Si la mujer tanto quería la liberación, que ahora se responsabilice de la parte que le toca…”
-         Ya no quedan hombres generosos, ni hombres que sepan volar, ni verdaderos caballeros, no hay caso, ya no quedan más… – Pensaba la hastiada profesora, tirada en su gran cama de bronce, sobre su importante e inmóvil, recién estrenado, colchón Simmons.
  Pasaron los días y nada parecía indicarle que algo sucedería diferente a lo que venía pasando en su vida desde hacía casi una década. Es verdad que había logrado bajar cuatro kilos y lucía un color bronceado hermoso que, combinado con su nueva remera  naranja, quedaba “brutal”. No podía cansarse de mirarse en el espejo que reposaba detrás de la gran cómoda de estilo art-decó. Estaba hermosa, igual que su departamento, tan lindo y tan deshabitado. Era verdad que todo estaba bien por fuera pero por dentro…sólo  lágrimas le humedecían las entrañas…
  Por suerte tenía sus escritos, esas historias de amantes, de jóvenes aventureros y de mujeres apasionadas, que la salvaban de morir asfixiada en su propio delirio de soledad. Y por suerte también su mente idealista y su enorme mundo interior la acompañaban permanentemente acunando su ser de niña cándida. Eso también la salvaba de aquel letargo inútil del cuerpo y de aquella sedienta realidad de su alma.
  Virginia se despertó igual ese último domingo de Enero, igual de sola que siempre, igual de quieto su espíritu. – Hoy voy a misa primero y luego me voy a lo de Mamá. ¿Qué será de los chicos que no tengo noticias de ellos? Voy a ver si puedo comunicarme por celular. Me preparo unos mates y luego los llamo – Se dijo por lo bajo, hablando sola.
  De repente y sin que lo esperara, sonó el portero eléctrico.
-         ¿Quién es?
-         Pablo, el amigo de Nahuel. ¿Está él?
-         No, Nahuel está en la playa…¿querés pasar?
-         Bueno, es para dejarle algo.
  Inmediatamente Virginia encendió el televisor y puso el canal 100 en el cual la cámara del palier de la planta baja reflejaba a los visitantes que tocaban el timbre de entrada. Pudo ver a un joven alto, rubio y bien vestido con jeans y remera suelta - Lo conozco – Pensó la mujer que se apresuró a pulsar el botón del portero para darle entrada. Al cabo de unos segundos escuchó el ascensor que subía y finalmente lo tuvo allí parado bajo el dintel de su puerta, con esos enormes ojos celestes y esa amplia sonrisa que parecían darle mucha confianza. Una voz modulada de hombre adulto la envolvió enseguida y pronto se encontró sentada frente a él en el juego de sillones de su living.
-         ¿Qué querés tomar Pablo?
-         Nada,  ¿tenés un vaso de agua fresca? Hoy hace demasiado calor…
-         Sí, ya te doy…Pero…contame…¿Cuándo regresaste de Europa?¿Cómo te fue?
-         Bien, estuve primero con mi hermana y luego me largué a viajar solo por todos lados. Conocí España, Francia, Italia, Portugal…en fin, casi toda Europa.
-         Sí, demoraste mucho, casi dos meses ¿no?...Acá tenés el agua, es mineral y bien fría…¿Querés comer una cosa rica? Hice una tarta de frutillas…¿te gusta?
-         Mmmmmm es mi favorita…bueno, dale, te acepto una porción.
-         Te aseguro que nunca comerás nada igual…es mi especialidad.
  Virginia fue a la cocina a cortar con cuidado una gran porción de su tarta de frutillas y mientras lo hacía aprovechaba para espiar a Pablo por la ventanita que conectaba el desayunador con el comedor. Lo vio allí sentado, con sus cabellos dorados, su torso  joven y bien formado, su aire casual y su onda de argentino recién llegado del exterior. Su imagen le hizo aparecer mariposas en el estómago, tanto que se le cortó la respiración – Es un bebé – pensó – pero no es “mi” bebé, sino apenas un amigo de él… – Terminó de aclarar para sí misma - ¿Y por qué no me puede gustar? – Continuó pensando con una sonrisa pícara en los labios.
-         Decime Pablo, ¿vos sos bastante mayor que Nahuel verdad?
-         Sí, creo que le llevo como cinco años. ¿Por?
-         Por nada. Sí, en realidad es porque ahora que te miraba bien, me pareciste como de treinta y dos.
-         No, tanto no, tengo veintiocho.
-         Mirá vos, yo tengo cuarenta y dos. Soy una vieja al lado tuyo.
-         No, ¿por qué? Yo te veo super- joven. Sos una bella mujer.
-         Bueno, gracias, era lo que necesitaba oír para levantar mi ánimo…Realmente, ¿cómo me ves, estoy igual que la otra vez o diferente?
-         Estás preciosa, ya te lo dije…preciosa…
  Fue justo en ese momento cuando vio saltar a Pablo del sillón y plantarse junto a ella, con los ojos clavados en su escote y las piernas arrodilladas sobre el almohadón. En menos de un minuto ya le estaba desabotonando la blusa e introduciéndole la cara entre sus pechos que como dos platos redondos y blancos, surgieron desde abajo de su corpiño al tiempo que el joven hacía llover una multitud de besos sobre ellos – ¡Qué bien se siente! – Susurró Virginia con un suspiro ahogado – ¡Mi amor!... ¡Cuánto te estuve esperando! – Y sucedieron una serie interminable de caricias, besos y juegos amorosos sobre el diván, que terminaron en el piso, sobre la primorosa matra tejida peruana, que oficiaba de alfombra.
  Fue una tarde diferente, de amor extraviado. Cuando llegó la noche y Pablo debió abandonar su vivienda, ella abrió la persiana para verlo partir. Caminaba doblando la esquina y pudo verlo entre las copas de los árboles que apenas lo tapaban. Levantó la mano y esperó a que él se volviera. – Si llega a la esquina y no mira hacia aquí, juro que nunca más lo veré – Pensó Virginia con el aliento contenido. Luego vio como se alejaba y esperó. Esperó por siempre que él se volteara.
  Ese Lunes se sintió sola pero completa, llena de alegría y ganas de vivir. Plena, satisfecha, joven, radiante, con unos incontrolables deseos de hacer cosas que jamás había hecho, cosas que le habían quedado en el tintero a lo largo de los años.  Por eso, cuando se encontró con ese hombre que le presentara una amiga, no pudo explicarse el por qué, pero supo que él era para ella.

Mujeres al margen

I: Rosita  y la esperanza defraudada

Rosa y Juan fueron a Buenos Aires a hacerse un futuro. Cuando llegaron, decidieron instalarse en una villa en Retiro.
-         Tengo brazos fuertes y se construir un rancho – Dijo Juan a Rosita que lo miraba con cara de asombro.
-         Está bien, pero... ¿mientras tanto, dónde dormiremos?
-         En la casilla de mi compadre que es del pueblo, él nos dará refugio.
  Rosita lloraba…- ¿Dónde había quedado el agua cristalina del arroyo, las montañas catamarqueñas, y sus parientes artesanos, esos hombres dignos porque portaban en sus manos, siglos de sabiduría indígena…? No podía entender por qué las cosas habían salido tan mal - ¡Quiero volver al pueblo, tengo miedo! – Su voz se había transformado en un grito agudo y desesperado. Fue en ese instante cuando sintió el golpe sobre su cara y luego otro y otro, hasta que le salió sangre de la nariz.
-         ¡Calláte, tonta, ya me tenés podrido!, no ves que aquí se oye todo – Gritó Juan mientras salía, dejando a Rosa muy asustada, en medio del llanto.

  La vida en la “villa miseria” era muy dura, no había agua, luz ni cloacas. La suciedad, el mal olor y la violencia eran cosas corrientes. Rosa supo lo que era ser una mujer golpeada y sometida.
  Juan empezó a tomar para olvidar. Olvidarse de la inestabilidad laboral, del bajo salario, de la discriminación por ser un “cabecita negra” y de la falta de  horizontes. Y de tanto tomar vino, se olvidó también del amor que tenía por su esposa a la que obligaba todas las noches a tener relaciones con él, aunque no quisiera.
  Un día llegó un curita. Les prometió que allí levantarían una iglesia, un comedor popular y una cancha de futbol. Les habló de Jesús que también era el hijo de un carpintero, un trabajador. Que debían escuchar sus palabras cuando dijo “…de los pobres será el Reino de los Cielos”.
  Y fue el Padre Matías quien le aconsejó a Rosa que le hiciera la denuncia a su marido…
  Cuando él se fue, ella sintió que se le partía el suelo en dos. ¿Qué haría sin él? Pero sin él se arregló muy bien, trabajando como un burro, pero tranquila.
  Con el tiempo, ya jubilada, pudo regresar al pueblo, donde le dijeron que Juan había andado por ahí, buscándola.
  Se quedó en Tinogasta. Al atardecer, salía a la vereda con dos sillas y algo para comer y beber. Allí esperaba día tras día, verlo venir, bueno como antes, regresando a sus brazos.


II: Sofía (Inspirado en una historia real)

   “ARBEIT MACHT FREI”, rezaba una leyenda sobre el portón de entrada de Auschwitz o “el trabajo te hace libre” en alemán. Infausta declaración para el campo de prisioneros más atroz de la Segunda Guerra Mundial. El tren dejó su máquina debajo del cartel mientras su cargamento humano (miles de judíos franceses) esperaba para ser internado.
  A los Dahan no les quedaban lágrimas. Esa tarde en París, en que oficiales de las SS irrumpieron en su casa de la Place des Vosges, no habían podido preparar valijas. Se los llevaron sin darles tiempo a nada.
  Tomadas de la mano, Sofía y su madre, entraron en las barracas. Vieron que contaban solo con literas de madera para dormir, sin colchones, mantas ni almohadas. Todas las noches, las mujeres se acurrucaban para darse calor. Pronto comprendieron que debían intentar sobrevivir, evitar el camino hacia las cámaras de gas letal. Habían perdido todo rastro de Aaron, el padre.
  Sofía fue asignada a la cocina. Su vida se centró en hacer de comer y servir a los soldados y oficiales nazis y a los prisioneros.
  Una tarde vio que un hombre la miraba. Era joven y bastante apuesto a pesar del desgarbado atuendo de prisionero. La miraba fijamente y ella no pudo desviar sus ojos de los de él. Fue amor a primera vista. Solo se miraron largamente, no podían hablar. Todas las noches al servir  el horrible caldo y entregar el trozo de pan, se encontraban para verse y acariciarse con sus miradas, en ese amor platónico que había surgido en medio de tanto horror. La esperanza de ver su rostro cada noche, la mantenía viva.
  Con la certeza de que era una huérfana, Sofía supo que la trasladarían.
  Apremiada por los tiempos, decidió sobornar a un soldado para que arreglara un encuentro.
   Esa misma noche se vieron. Corrió por el campo unos veinticinco metros hasta juntarse con su amado. Se abrazaron y besaron por primera vez, tiernamente y casi sin hablarse.
-         ¿Cómo te llamas?
-         Sofía Dahan…¿y tú?
-         Max Broder…Viviré para ti…Nos encontraremos…
-         Sí…Te amo.
-         ¿A dónde?
-         En París, nos veremos en París.

Cuando Max y Sofía se casaron, luego de finalizada la guerra, lo primero que le preguntó ella fue cómo supo que lo amaba, a lo que él  respondió:
-         Porque dentro de mi plato siempre había doble ración de pan. Supe que me cuidabas.
-         ¡Oh, Max, por favor nunca me dejes! – contestó Sofía mientras lo besaba apasionadamente.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena tu narrativa. Me gustó el cuento de Sofía...Saludos desde Israel...Enrique

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